A propósito de Perla Ediciones y los nueve títulos con que se lanzaron al mercado
Un texto del maestro Ariel Rosales
Perla Ediciones, proyecto editorial único e independiente, ha visto la luz con nueve títulos rutilantes.
No diez ni ocho, sino nueve. Ignoro si esto fue deliberado o azaroso (la creadora de esta nueva realidad editorial ya nos aclarará el punto), pero el hecho es que son nueve y a mí me encanta el número 9.
Según la simbología numérica, el 9 es el último número que cuenta. A partir de él no hay números sino cifras. También se dice que es el número más espiritual, el más evolucionado de todos y que, entre otras muchas de sus características, está consagrado a las 9 musas, hijas de Zeus y matronas de las artes.
En sentido estricto no existe una musa del arte de la edición; la más cercana que podría inspirar este bello oficio sería Calíope, a quien se le adjudican la retórica y la poesía. Por cierto, ya que estamos hablando un poco de mitología griega, no está de más adelantar que en estos primeros libros presentados aquí, hay uno excepcional sobre el tema, escrito por Edith Hamilton en un registro literario contemporáneo; desde hace varias décadas ha sido reconocido como una obra de referencia deleitable e imprescindible.
Decía que si todavía carecemos de una musa de la edición que guíe a quienes deciden caminar por este sendero, pienso que estos nueve libros demuestran que no es tan necesaria una advocación para crear una verdadera perla editorial, perla en brillante gestación a partir del mágico número 9.
Y ya que hablamos de magia, también hay que decir que ella está toda entera en las páginas de otro de estos nueve libros, La hija del rey del País de los Elfos, la bellísima obra maestra de Lord Dunsany.
También creo necesario decir algo sobre la simbología del nombre Perla, partiendo de la creencia que tenían los antiguos romanos acerca de que todo nombre es un presagio: Nomen omen, era la expresión latina relacionada con la creencia en el poder mágico asignado a los apelativos. En nuestros días, esta idea profética se ha conservado en la voz “Nombre es destino”.
Pues bien, Perla es un símbolo lunar, vinculado al agua y a la mujer. Descubierta en una concha, la perla es el principio yin, el símbolo de la feminidad creadora. La perla es rara, pura, preciosa. Carece de defectos y es blanquísima, por lo que prefigura los cielos a que aspiran las almas. En este sentido es también símbolo de la visión beatífica.
Una autoridad patrística del siglo V, el asceta y obispo Diadoro de Foticea, proclama que esta perla es “como la luz intelectual en el corazón”. Para el hermeneuta iraní Mohammad Shabestari, la perla “es la ciencia del corazón: cuando el gnóstico encuentra la perla, la tarea de su vida termina”. Me quedo con estas interpretaciones de la perla preciosa como símbolo del conocimiento espiritual y místico, pues engarzan con estos libros que han nacido bajo el amparo de un nombre tan preciado.
Al mencionar dos títulos de los primeros libros de Perla Ediciones, me he anticipado a lo que pretendo hacer con estas notas, pues además de lanzar referencias muy simples a la mitología, la magia y la simbología, busco establecer ciertas fuentes temáticas que harán brotar otros libros, tan únicos como algunos de estos primeros nueve. Procediendo de este modo quizás vislumbremos cómo se va a ir conformando el catálogo de Perla Ediciones.
Al hablar de la formación de un catálogo debo traer a cuento un concepto creativo postulado por Roberto Calasso –fallecido recientemente–, un concepto que ronda en torno de lo que acabo de decir. Este genio, autor y editor a un mismo tiempo, en su volumen de ensayos sobre el mundo de la edición, La marca del editor, propuso la existencia de los libros únicos. Adelphi –el inmenso proyecto editorial al que estuvo ligado toda su vida y que transformó de raíz, primero en Italia y luego en todo el mundo, la forma en que hasta entonces se habían desarrollado los catálogos de las más importantes casas editoras– empezó editando libros únicos y lo ha seguido haciendo durante su larga trayectoria.
Para entender un poco lo que nos quiere comunicar el gran Calasso editor, sigamos su razonamiento: a los primeros títulos que ya están frente al editor para ser editados los llama “flotilla de libros”. En su caso eran libros muy diferentes, por lo que se cuestionó acerca del elemento común entre ellos capaz de ser identificado. Habla del “sonido justo”, algo un poco esotérico, aunque relacionado con la intuición, y que hace pensar en el famoso koan del budismo zen, que pregunta: “¿Cuál es el sonido de una sola mano aplaudiendo?”
Por si fuera poco, Calasso plantea otro enigma: ¿Qué se necesita para que nazca un libro? No lo sabemos bien, pero son ciertas condiciones que se amalgaman para que esto suceda. Así llegó a la siguiente conclusión: “Los libros únicos eran aquellos que habían corrido un alto riesgo de no llegar a ser nunca tales”. Precisamente este riesgo es lo que los hace únicos.
El creador de este recóndito concepto editorial –que debemos celebrar, pues nada tiene que ver con la mercadotecnia imperante en el mundo de la edición actual–, no fue el propio Calasso, sino alguien a quien él reconoce como su mayor influencia en el arte de editar libros: Robert Bazlen. No quiero desviarme mucho y sólo diré que Bobi, como le decían sus allegados, fue un extraño personaje inmerso en el universo libresco. Calasso lo describe como “hombre inactual, taoísta, de personalidad desconcertante y adelantado a su tiempo porque se basaba en cosas que todavía no aparecían”. Casi sin proponérselo, Balzen “aconsejó” a los grandes editores italianos que publicaran tal o cual libro, o no lo hicieran. Nunca trabajó formalmente en una editorial –decía siempre que era “víctima de una pereza inagotable”. A quien quiera saber más sobre Balzen, le recomiendo leer el testimonio de Calasso en La marca del editor (aunque también existe un librito que reúne sus escasos informes de lectura y algunas cartas que escribió: en español lo ha publicado una editorial independiente argentina, la cual tiene un nombre que me gusta mucho, La Bestia Equilátera).
El ejemplo más elocuente de libro único es el número 1 de la Biblioteca Adelphi: La otra parte de Alfred Kubin. “Novela única de un novelista –escribe Calasso–. Un libro que se lee como en una alucinación poderosa… ejemplo de lo fantástico químicamente puro”; era tan extraño e irracional su contenido que cuando se publicó en Italia fue señalado como una provocación editorial.
En español este libro único lo editó Siruela, en su legendaria colección de literatura fantástica “El ojo sin párpado”, en algún modo fuente de inspiración para Perla Ediciones al elegir algunos autores.
Otro libro único publicado por Calasso en Adelphi fue un clásico también de la literatura fantástica, por ese entonces no muy conocido: El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki (en español publicado incompleto por Minotauro y en una edición íntegra por Pre-Textos, en la espléndida traducción de César Aira). Pero es necesario aclarar que no todos los libros únicos son fantásticos, como lo demuestra la Biblioteca Adelphi de Calasso. Aunque no me demoro mencionando algunos de sus títulos. Un muestrario completo y muy sugestivo se encuentra en el libro que reúne una selección de las solapas escritas por Calasso para libros publicados en esta biblioteca: Cien cartas a un desconocido.
Aunque dudo que todo esto de los libros únicos haya quedado claro –pero así son los misterios de la creación, diría el editor italiano–, considero que en la flotilla de nueve libros de Perla Ediciones hay algunos a los que les queda muy bien este saco.
En un acercamiento inicial descubro éste: Rey Mono, en la versión de Arthur Waley.
En su mejor momento, la década de los noventa, Ediciones Siruela tuvo la audacia de publicar este clásico de la literatura china en su versión completa (2,235 páginas en tres volúmenes), dentro de su notable colección de Lecturas Medievales, traducido directamente del chino y con su título original, Viaje al Oeste. Las aventuras del Rey Mono.
Perla Ediciones ha optado por la versión condensada, que no sólo resulta más cercana a los lectores sino que también permite una experiencia mucho más directa de esta novela que combina magistralmente la picaresca, la fábula y la travesía interior, por decir lo menos. Y eso lo entendió perfectamente Arthur Waley, el autor de esta versión para la lengua inglesa y que ahora tenemos en español gracias a la traducción y edición de Wendolín Perla. Waley —sin duda uno de los orientalistas más dotados que no sólo supieron comprender y adentrarse en las otras literaturas, sino que también las pusieron en manos de sus contemporáneos–, consiguió con este libro transportar hasta nosotros al entrañable monje Tripitaka, figura que encarna algo tan único y tan universal como la profundidad con sinsentido. Sinsentido a lo Lewis Carrol. De tal modo que, quien se sumerge en estas páginas, siente convertirse en una Alicia desconcertada y feliz dentro de otro país de las maravillas.
En el catálogo de Perla, Rey Mono parece abrir un flujo de títulos a publicar, aunque seguramente reducido, pues creo que no es tarea sencilla detectar estas perlas y mucho menos editarlas. Sólo me viene a la cabeza un título posible: una buena edición en español del ciclo narrativo hindú conocido como Vikram y el vampiro, que diera a conocer en el siglo XIX el aventurero, diplomático y escritor Richard F. Burton, quien también hizo su versión de Las mil y una noches, celebrada por Borges. Vikram es terror fantástico, pero también se le considera una de las joyas de la literatura sánscrita. Sin duda hay más libros orientales y de otras latitudes en espera de ser localizados, libros que se deslizan en esta dirección, tan fascinante como insospechada.
Conectado con esta primera línea representada por Rey Mono, pero no abarcable dentro de ella, hay otro título que ya había mencionado y que, por sí mismo, hace tendencia: Mitología. Relatos atemporales de dioses y héroes griegos, latinos y nórdicos de Edith Hamilton. No diré mucho sobre este libro tan elogiado por su destreza en el manejo de las fuentes y su habilidad narrativa para darle unidad a un desfile interminable de aventuras con dioses y diosas, heroínas y héroes. Representa todo un acierto salir a navegar a nuestro mercado editorial con un título probado y que también inaugura dentro de este proyecto la tendencia mitológica con un virtuoso registro literario, lo cual marca la diferencia entre la mera divulgación y la experiencia artística, tan afín a los mitos universales y eternos.
Nombro dos títulos que me parece cabrían aquí y que desde hace años son inaccesibles para el lector en lengua española: El romance de la Vía Láctea de Lafcadio Hearn y Antología negra, también conocida como Saga africana, de Blaise Cendrars. Tanto el autor anglo-japonés como el poeta suizo hicieron una labor literaria semejante a la realizada por la señora Hamilton, pero a partir de la mitología china y japonesa el primero, y la mitología africana el segundo.
Me atrae mucho Perla Ediciones por sus rescates, y ése es el caso de dos libros que yo agrupo en lo que describiría como clásicos de literatura fantástica.
Hago una aclaración: no busco etiquetar ni clasificar, y el tema de los metadatos lo dejo para los mercadotécnicos, a mí esta nueva editorial independiente me atrae sobremanera como lector, apasionado lector de los géneros y estilos que aquí se barajean. Lo demás me tiene sin cuidado, porque siempre que me lo propongo leo sólo por placer. Hasta aquí esta aclaración no solicitada.
Los dos clásicos sobre los que estaba hablando son: El hombre que perdió su sombra de Adelbert von Chamisso y Nuevas noches árabes de Robert Louis Stevenson. Poco puedo decir, que no se haya dicho, sobre estas obras maestras. Aunque debo llamar la atención sobre un aspecto muy importante que hace que las ediciones de estos dos libros sean singulares, considerando que hay otras circulando. La editora ha tenido el cuidado no sólo de ofrecer presentaciones espléndidas, sobre las que seguramente hablarán en esta mesa mis colegas, sino también de ofrecer a los lectores otros elementos de gran valor como prólogos y epílogos. En el caso del libro de von Chamisso incluye como epílogo un texto de Thomas Mann que vale oro. Y en el caso del libro de Stevenson, entrega un prólogo de Borges y un epílogo de Pavese. Por supuesto estos dos textos valen dos oros, y como decía, singularizan ediciones tan cuidadas, elegantes y artísticas.
Conocido también como La maravillosa historia de Peter Schlemihl, el libro de von Chamisso es una auténtica perla del espíritu romántico alemán. Veo difícil agregar algo interesante sobre este clásico que ha fascinado a generaciones y generaciones desde que fue escrito en 1813. Y lo mismo me sucede con el clásico inglés que tanto admira Borges. Dejemos, en todo caso, que les hablen a los lectores los luminosos epílogos y prólogo de estos títulos.
Pero lo que sí puedo afirmar es que estos dos títulos también abren un torrente de libros para el futuro. Sólo menciono dos que se me ocurren de inmediato para continuar con la fantasía romántica: Serafita de Balzac y Laura o Viaje a través del cristal de George Sand. La lista podría ser interminable, aunque el reto debiera constreñirse a descubrir obras de calidad, olvidadas o inéditas en castellano.
Ahora agrupo juntos a tres libros que podríamos clasificar dentro de la fantasía y el terror. Pero con una distinción muy significativa: los tres autores que los escribieron vivieron entre la segunda mitad del siglo XIX (1860) y la primera mitad del siglo XX (1950). Éstos son los títulos: La hija del rey del País de los Elfos de Lord Dunsany, La casa de las almas de Arthur Machen y El valle perdido y otros relatos alucinantes de Algernon Blackwood. Son tres títulos fundacionales de una corriente fantástica que antes se denominaba “literatura sobrenatural”, y ahora se le conoce como de “lo extraño”. Sin embargo, dentro de ella yo también acomodo el fantasy (¿cómo ven, etiquetantes?).
Quienes hemos leído a estos autores sabemos que son representativos de algo que nos hace vibrar en una frecuencia estética difícil de definir. Pero para explicarnos esta experiencia de lectura contamos con los prólogos y epílogos que tan acertadamente han sido incluidos en estas ediciones. Por ejemplo, sobre la obra maestra de Lord Dunsany, el admirado Neil Gaiman concluye: “Esto es auténtico. Es un vino tinto con cuerpo, lo cual puede ser desconcertante para quien hasta el momento sólo ha bebido refresco de cola. De modo que confía en el libro… en la poesía y la extrañeza, en la magia de la tinta, y bébela con calma… Quizás así, por un breve instante, a ti también te gobierne un rey mágico…”
Los lectores de mi generación conocimos a Dunsany, Machen y Blackwood a través de Lovecraft, y para algunos fue más importante conocer a los predecesores que al famoso autor de culto que los citaba en su ensayo Del horror en la literatura. Con su terror cósmico, Lovecraft no sólo nos ponía los pelos de punta sino que nos hacía oler el miedo; sin embargo, cuando nos descubrió a Dunsany, Machen y Blackwood, sentimos que él sólo había sido un escalafón necesario para llegar a ellos. No voy a decir que esté superado, sólo que aquí están dos de sus libros para entrar en contacto con el estremecimiento profundo menos efectista y más auténtico.
No digo más sobre ellos, sólo invito a leer sus libros tal y como los ofrece Perla Ediciones, con sus respectivos materiales adicionales, tan esclarecedores: en el caso de La casa de las almas, prólogo de Guillermo del Toro y epílogo de S. T. Joshi; y prólogo del mismo S.T. Joshi y epílogo de Alberto Chimal para El valle perdido y otros relatos alucinantes. Debo mencionar que el epílogo a la novela de Lord Dunsany también es de Joshi, afamado experto en literatura de horror y fantasía.
Sobre el flujo de posibles títulos me apresuro a mencionar una novela de Arthur Machen que ojalá sea rescatada del olvido en que se encuentra. Su título no podría ser más sencillo y elocuente: El terror. Escrita en 1917, fue evidentemente el modelo de un relato que haría historia: Los pájaros de Daphne du Maurier y, por tanto, influencia de Hitchcock, de quien hablaremos a continuación.
En el campo de la fantasía urge un rescate de la genial novela norteamericana que descubrió Ray Bradbury: El circo del doctor Lao de Charles G. Finney. Y los autores que habría que buscar para alimentar esta doble corriente son numerosos y sólo menciono algunos que conozco: Richard Matheson, Jack Vance, Fritz Leiber, Robert H. Howard, Teodore Sturgeon, Russell Hoban, Tanith Lee y Russell Kirk.
El quinto y último grupo únicamente está conformado por dos títulos, pero nos lleva por parte de Perla Ediciones a una feliz ampliación de su espectro hacia el suspenso y el thriller psicológico. Estos dos títulos, que pueden dar idea de hacia dónde se puede mover esta editorial en el futuro, son Alfred Hitchcock presenta: los mejores relatos de crimen y suspenso y La casa de nuestra madre de Julian Gloag.
Como dice Ricardo Vinós, traductor y autor de la introducción a esta edición en español de la antología de Hitchcock presenta, yo también pertenezco a una de las generaciones de devotos de su cine; también soy fan de sus series de televisión, y en buena medida aprendí a leer misterio, suspenso y trhiller en sus antologías de relatos. Me marcaron especialmente dos: Historias para leer a plena luz y Cuentos que mi madre nunca me contó (recientemente rescatada por Blackie Books en una buena edición). Imaginen entonces mi entusiasmo cuando me topo con “este regalo para el lector más exquisito”. Cito textual el texto de cuarta de forros. “He aquí –continúa—las veinte historias que los fieles seguidores de la Alfred Hitchcock’s Mystery Magazine… votaron como sus favoritas indiscutibles”. Y vaya que sí son memorables.
Entre muchas otras cosas, este libro muestra la evolución de la narrativa popular en Estados Unidos, aquella que parte de los pulps, es decir de la pulp fiction, vocablo que ahora nos es familiar por el famoso filme de Tarantino, aunque muchos de quienes vibraron con la película sigan sin saber bien a bien a qué se refiere el título. Despreocúpense, tampoco lo voy a explicar aquí.
Bueno, un poquito. Esas publicaciones (casi chatarra) se impusieron en el gusto popular y tuvieron que evolucionar de lo muy corriente (condición obvia pues el papel pulposo que usaban era el más barato) a un producto más decente. Pero no bastaba con mejorar el papel, sino también la calidad de los relatos, fueran del género criminal o de cualquier otro (romántico, aventura, terror, fantasía o ciencia ficción). Es en este contexto de búsqueda de calidad argumental y literaria que surge, en diciembre de 1952, la Alfred Hitchcock’s Mystery Magazine. Se arropa bajo la mejor marca que existe en ese momento: un nombre que es sinónimo de experiencia misteriosa plena de suspenso. El uso del nombre y su considerable costo no aseguraba el éxito en un mercado de este tipo de publicaciones ya muy competido. Pero como era el propio maestro quien en los inicios de la revista presentaba uno a uno los relatos, esto influyó totalmente en el control de calidad de los relatos. Así, muy pronto la AHMM se convirtió en líder de las revistas para lectores de cuentos de misterio y policiales.
El libro que publica Perla celebra los 50 años de la revista. Cada cuento es presentado como se acostumbra en este tipo de antología: diciendo algo sobre el autor e incitando a hincarle el diente al relato por tal o cual razón, a cual más de ingeniosa. La responsable de hacerlo en este caso es la editora norteamericana, Linda Landrigan. No se diga más, a devorar este volumen maravilloso.
Para finalizar, abordemos la joya (¿o debo decir perla?) de la corona de esta flotilla de nueve primeros títulos: La casa de nuestra madre de Julian Gloag. Publicada originalmente en 1963 y desconocida hasta hoy en lengua española, esta novela insólita ha generado todo un culto alrededor suyo, sobre todo después de que Jack Clayton, el director de The Innocents (Posesión satánica para nosotros, la película basada en Otra vuelta de tuerca de Henry James) la filmara en 1967, también con los actores infantiles Mark Lester y Pamela Franklin.
El planteamiento de la novela parece sencillo: una madre y sus siete hijos viven en la casa familiar: pero la mamá muere y, para evitar su traslado a un orfanatorio, las niñas y los niños ocultan el fallecimiento a las autoridades. Con este punto de partida se entreteje la novela a través de escenas intensas que suscitan sentimientos embrollados y miedos profundos, para desembocar en lo que el prologuista, otra vez Joshi, describe como “un desenlace inesperado y espectacular”.
Cercana al terror psicológico más que al sobrenatural, la novela ha sido muy bien acogida y clasificada como “neogótica”; tuvo tanto éxito que inauguró una moda sin que el autor se lo propusiera. Sin duda es una obra maestra que hará brotar más títulos en esta línea.
Para títulos semejantes a los de este grupo, se me ocurre que Daphne du Maurier (inspiradora de varias películas de Hitchcock) y la sutil dama de lo inquietante y lo perturbador, Shirley Jackson, pueden servir de arquetipos a seguir. Parte de la obra de estas escritoras permanece inédita en español.
Y ya que menciono a estas dos escritoras, hay algo que me parece importante resaltar. Ellas ocupan un lugar muy destacado en estos géneros que tradicionalmente dominan los autores masculinos, y según sé, Perla Ediciones quiere publicar a más escritoras que cultiven el neogótico, la fantasía, el terror y todas estas tendencias que hemos repasado. Me llegan algunos nombres del pasado: la ya mencionada George Sand y sus incursiones en lo sobrenatural, los relatos aún inéditos de Mary Shelley, también Emilia Pardo Bazán, la escritora naturalista hizo cuentos fantásticos. Ya más recientes tenemos a Silvina Ocampo y Angélica Gorodischer en Argentina. También hay una nueva generación de escritoras latinoamericanas que están explorando los mundos fantásticos. No he leído a ninguna todavía, pero quedo en espera de que me las descubran. Autoras anglosajonas hay tantas también por descubrir y editar.
Para terminar, nada más diré que Perla Ediciones no podría haber salido al mundo de mejor manera que con estos nueve libros que hemos repasado. Muchas gracias.
Ariel Rosales
1 de octubre de 2021
Ariel Rosales estudió filosofía en la UNAM. Fue productor de programas en Radio UNAM y periodista cultural en el suplemento La Cultura en México y en la Revista de la Universidad. Fue director de la revista contracultural Yerba (1972). Y director editorial de Editorial Posada (1974-1987), donde publicó revistas (Los Agachados de Rius, Duda, Natura, Eros) y libros (La panza es primero y la Trukulenta historia del capitalismo de Rius, la colección Duda Semanal y Lo negro del Negro Durazo de José González G., Historia de la Revolución Mexicana, 1906-1913 de Heberto Castillo, Huele a gas de Heberto Castillo y Rius).
En 1988 fue director editorial de Editorial Grijalbo, que en el año 2000 pasó a formar parte del grupo Random House; desde entonces es Editor-at-large en ese mismo grupo, que ahora se llama Penguin Random House. Ha sido editor de Julio Scherer Ibarra, Miguel Ángel Granados Chapa, Lydia Cacho, Rafael Rodríguez Castañeda, Andrés Manuel López Obrador, Olga Wornat, Anabel Hernández, Hugo Hiriart, Gabriel Zaid, por mencionar sólo algunos.